Las 33 plegarias y el juicio eterno
22 Febrero 2025 2:12 AM
A la hora más oscura, en la sombra del alba,
cuando el viento callado murmura su calma,
Manuela despierta con el alma en vigilia,
con rosario en las manos y el corazón en brisa.
A las tres de la noche, la hora sagrada,
donde el cielo se inclina, donde el alma se abraza,
viacrucis en labios, oraciones al viento,
San Gertrudis invoca, libera lamentos.
Pero en su plegaria se alzó la advertencia,
una voz en lo alto, un peso en conciencia:
“No basta el rosario, no basta la fe,
las 33 súplicas debes leer.”
Pues si su rezo vuela sin el documento,
las almas salvadas no llegan al ciento,
solo veinte se elevan, veinte se escapan,
y ochenta se quedan, llorando en llamas.
Si en cambio su mente a la letra se aferra,
si cada palabra la graba en su esencia,
cien almas ascienden, la carga se aligera,
pero el precio es el juicio si olvida la senda.
San Miguel le ha dicho, con espada en fuego,
que siempre le ampara si cumple el decreto,
y en la coronilla su escudo se forja,
protegiendo su alma de sombras y sombras.
Pues el enemigo no viene con lanzas,
ni garras ni fauces ni espadas doradas,
su filo es la pena, la ira, el quebranto,
sus gritos son dudas que hieren en blanco.
Y entre sus trampas, su red más maldita,
es romper el lazo de amor que la habita,
quiere hundir su casa, su hogar, su destino,
quiere ver su fezo caer en vacío.
Mas no es un ataque cualquiera del viento,
es la misma batalla desde el fundamento,
pues aquel día santo, el ángel habló,
y en junio, un dieciocho, su ley proclamó:
“Compartirás tu vida con Aura en amor,
será tu esposa, tu pacto, tu sol,
y nunca, en la vida ni en muerte siquiera,
podrás dar la espalda a esta gran promesa.”
Y lo que el demonio persigue en su sombra,
es quebrar el voto, rasgar lo que forja,
destruir con susurros lo que el cielo ordena,
separar lo que Dios ya ató en su estrella.
Pero Dios ha dispuesto que en lucha se pruebe,
que sin tantas alas su espíritu eleve,
que el sudor en la frente y el peso en la espalda
sean testimonio de quien no se ablanda.
Mas si las plegarias se tornan al viento,
si olvida el mensaje, si aparta el decreto,
no habrá salvación ni camino de vuelta,
el juicio será la condena más cierta.
Así en su alma reposa la carga infinita,
de orar, de escribir, de esparcir la doctrina,
porque el cielo le ha dado la gran encomienda,
de abrir las cadenas, de alzar las conciencias.
Y con cada letra que el mundo reciba,
su fe se refuerza, su mente se alista,
pues es la batalla que Dios le ha marcado,
y en su sacrificio, su espíritu alzado.